miércoles, 18 de marzo de 2015

La leyenda de Caperucita. Secuelas de perderseV (fin)

Caperucita y el Lobo vivieron su historia, eso nadie lo puede negar. Cada uno había encontrado su lugar al lado del otro, podían vivir solos, pero todo era mejor cuando estaban juntos. Tuvieron sus problemillas, mil veces pensó Caperucita que enamorarse del Lobo era la mayor locura que había cometido en su vida y hasta un tiempo después no fue capaz de aceptar que prefería volverse loca y amar con locura que estar cuerda… porque su Lobo era libre y las cuerdas atan. Mil veces pensó Caperucita que el Lobo no la podría amar nunca como ella lo amaba a Él, porque ella  tenía el corazón de la chica de falda y tacones que un día había sido, y el Lobo era Lobo de corazón también.
Sin embargo, también fueron mil veces las que el Lobo le demostró su amor, un amor más salvaje, más natural y más puro que el que cualquier humano podría mostrarle a Caperucita. Él era el Lobo alfa de la madriguera y sin embargo a su lado se volvía cachorro. Ella se sentía completamente protegida a su lado. Caperucita y el Lobo se complementaban, porque siempre estuvieron buscándose.  
Lucharon  juntos por esa relación en la que creían, los hombres seguían buscando a Caperucita… y ellos se adentraban cada vez más en la profundidad del bosque. Se amaban.

Cada noche, el Lobo subía a lo alto del monte y aullaba a la luna… dando gracias por tener a Caperucita. Los hombres temían ese aullido y la lobita cobriza solo podía dormirse cuando lo escuchaba desde su rincón en la madriguera.  

miércoles, 11 de marzo de 2015

Fue una tarde de domingo

Estoy tomando un café con una amiga. La cafetería es preciosa, sillones de terciopelo y un piano de cola al fondo, las paredes tienen un tono rosáceo y el techo un dibujo que imita un cielo claro... solo faltan los angelitos rondando para pensar en el paraíso.
El café humeante recorre mi boca y me deja ese sabor tan característico, me encanta el sabor que deja el café sobre mi lengua. Baja por mi garganta llenando mi cuerpo de calor.
Mi amiga me cuenta su día a día mientras da sorbos a su café... la escucho con cierta indiferencia... hoy tengo la cabeza en otra parte... Me sorprende lo diferentes que podemos llegar a ser, ella con sus zapatos planos de charol y su camisa de cuadritos, sus pantalones vaqueros y el pelo cortito. Yo llevo una falda de vuelo con un estampado lleno de mariposas, una blusa de seda rosa palo abotonada por delante y unas medias de rejilla color beige, botines de tacón y una coleta alta de caballo que recoge mi melena.
El camarero pasea con tranquilidad, por su edad podría decirse que estaba aquí antes de que abriesen el lugar. Apenas hay nadie en el local, un par de señoras mayores al fondo y un señor acompañado por su bastón que bebe con lentitud un coñac en la barra.

Son las siete de la tarde y sé que esta noche me costará dormir, los domingos siempre me cuesta. Ella me pregunta por mi día y le cuento sin demasiados detalles; mi vida es bastante monótona desde hace tiempo... necesito un cambio.

Un hombre entra por la puerta, es alto y atractivo, tiene los ojos marrones y el pelo algo canoso, las cejas espesas y los labios finos, me gusta su nariz. Me fijo en sus manos, las tiene pequeñas y aparentemente suaves. Se acerca a la barra y pide un descafeinado. Se da la vuelta y mira hacia nuestra mesa, sonríe y veo que mi amiga le devuelve la sonrisa... ¿Se conocen?
Se acercan y mi amiga se levanta a saludarlo, charlan y lo invita a sentarse con nosotras, yo estoy de pie y él me mira.
-Me llamo Andrés, Encantado.
-Igualmente, yo soy Erytheia.

jueves, 5 de marzo de 2015

Bendita amargura.

Al ritmo de los tacones el vaivén de su coleta caminaba a casa. Él la esperaba en el portal. Un beso largo en los labios, largo como el tiempo cuando estaban separados. El ascensor siempre era peligrosamente apetecible si la acompañaba su aroma. Ponerse cómoda mientras la cafetera comenzaba a funcionar. Descafeinado solo para él, con leche y cuatro de azúcar para ella. ¿Como puedes beber tanta amargura? ¿Es el café el secreto de tu dulzura?  

920 veces había visto ella Pretty Woman en televisión y hoy no le hacía caso al aparato. Julia roberts de compras y ella contemplando muda el perfil que la acompañaba en el sofá. Una mano apretó su pierna con ternura, un brazo pasó por su hombro y acarició su nuca. Un beso en los labios... uno y un millón. Sabía a café.

Las sabanas desordenadas cuando se levantaron a cenar. ¿Sushi? Siempre. Una mirada cómplice mientras al otro lado del teléfono le tomaban la comanda. Ella servía vino blanco, comía aceitunas. El señor del restaurante tardó demasiado poco en llegar... apenas habían tirado los cojines del sofá al suelo cuando llamaron al timbre. 

La cena se eternizó, arremolinados en la alfombra del salón acabaron los postres comiendo(se). 

La cama ganó la partida, ante una luna envidiosa que quiso adelantar el nuevo día. 

miércoles, 4 de marzo de 2015

La leyenda de Caperucita. Secuelas de perderse IV. (Los espejos)

Había días en los que el Lobo llevaba a Caperucita de excursión. Un día ambos partieron a un lugar recóndito que pocos seres conocían. Caperucita quedó extasiada ante la belleza de la cueva de los espejos. La cueva de los espejos era el refugio del Lobo... porque aquella cueva suya no era solo un lugar en el que pequeños cristales incrustados en el techo formaban el más maravilloso falso cielo jamás visto, esa cueva no era solo un lugar en el que crecían las estalactitas y se refugiaban las auroras boreales reflejadas en el manantial que nacía de su subsuelo, aquel lugar no era solo el paraje más maravilloso que Caperucita había visto jamás... La realidad no era comparable a su infinita belleza, pero esa belleza era a su vez incomparable con el secreto que escondía.

El Lobo, tras dejar que caperucita contemplase hasta saciarse la maravilla que mostraba la cueva, le indicó con un gesto que se acercase a la roca enorme en la que la Loba de pelo cobrizo en el que Caperucita se había convertido, se veía reflejada. Fue entonces cuando Caperucita vio la verdadera maravilla de esa cueva. Reflejada en esa roca, vio como un halo de color la rodeaba... son sentimientos, son tus propios sentimientos... le dijo el Lobo a la lobita asombrada. Caperucita vio como el Lobo también tenía un halo de color si miraba su reflejo en la roca. El halo que cubría al Lobo era inmenso, tan grande que toda la superficie de la roca era color. ¿Era el corazón del Lobo? Ella estaba segura de que el Lobo tenía un corazón enorme, lo había comprobado en muchas de sus acciones, pero... ¿Podía ese halo reflejarse? Los colores oscuros simbolizan dolor... ¿Tanto dolor? ¿Tanta alegría a su vez?  El Lobo corrigió sus dudas. Desde cachorro, absorbo  los sentimientos ajenos y este espejo, refleja no solo mis propios sentimientos, sino también los de todos aquellos seres que se han cruzado en mi camino. 

El tono rojo más cercano a mi lomo, es el amor recibido Caperucita. 

martes, 3 de marzo de 2015

Benditas mañanas

Me desperté al oirlo levantarse... esa costumbre suya de inaugurar cada mañana las calles... si aún era de noche! Cerré los ojos al ver que se acercaba a mí, me besó la frente y los labios con una delicadeza infinita. Lo escuché trastear en el baño y lo imaginé saliendo con su ropa de deporte. Me quedé muy quieta cuando de nuevo se acercó a besarme antes de irse. "te quiero" le escuché decir en un susurro quedo, por miedo a despertarme... a mí, que solo la ausencia de su aroma me quitaba el sueño... "Y yo a ti, cuidate", pensé mientras lo veía marchar. Cuando volvió yo llevaba ya bastante rato dormida de nuevo. Esta vez entró dispuesto a despertarme. Me besó con más ganas y más fuerza que antes, como si fuese el último beso que me iba a dar. Me susurró al oido "anda dormilona, vamos a ducharnos..." Remoloneé unos segundos antes de ir a su encuentro. ¿Dormilona? No eran ni las ocho...
Cuando acabé de vestirme el estaba sentado ya con su traje tomando café. "¿Qué piensas hacer toda la mañana? ¿No te aburre librar los lunes?" Me dijo con cierto tono de envidia... "Pienso descansar, yo que puedo." Le dije mientras el imitaba un gruñido. Rompí a reir mientras me servía el café. Me senté junto a él hasta que tuvo que irse a trabajar.

A las dos y media lo llamé:
- ¿Donde estás?
-Cruzando el portal.
-Vale, gracias.

La sorpresa que le había preparado durante toda la mañana es otra historia diferente.