jueves, 22 de abril de 2010

Esta historia, se me ocurrió ayer, mirando la torre Tavira, quizás porque habla de mi ciudad, o porqué se acerca el 2012 pensé que sería buena para empezar.

Germán bajó las escaleras corriendo, un viento que lo acompañaba removía su pelo rubio y emarañado. Corrió, solo tenía unos minutos, al llegar a la palya de la Caleta se quedó sentado viendo el paisaje de ese mar, que a pesar de crecer junto a el, le era cada día, más misterioso. Cerró los ojos y los mantuvo prietos oliendo y escuchando. ¡Qué bien olía! que bien olía su mar, y que bien sonaba también esa calma violenta de las olas discutiendo a palos con las rocas de la bahía. Le encantaba, a pesar, de que tanto el olor, como el sonido, y este en especial, fueran estropeado por las bombas que los franceses tiraban a diario y que para la mayoría de los gaditanos, eran símples estruendos. Pocos sabían verdaderamente lo que era ver sus casas derruidas. German se quedó dirmido, acurrucado sobre la arena dorada y húmeda. Al poco se despertó, sudando y miedoso, tras sufrir una pesadilla en la que una bomba destruía su casa, su calle y su barrio entero, sin dejar siquiera, un solo superviviente. La mayoría de los gaditanos no temían las bombas, pero el, que desde el 6 de mayo de 1809, tres meses exactos, vigilaba a los gabachos para avisar cuando iban a caer las bombas desde la torre de la iglesia de San Francisco. El si. El tenía mucho miedo, de ver, que día a día, se acercaban más.








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