Al contrario que mucha gente, cuando Hugo miraba el cielo no se sentía pequeño, al contrario, se sentía importante por pertenecer a algo tan grande. Hugo se quedaba embelesado mirando cada estrella, imaginandolas en su grandeza colgadas del cielo, solitarias y pensaba si sabrían que el las miraba a todas a la vez.
A medida que Hugo fue creciendo creió con él su interés por el universo. Hasta que un día conoció a la única persona que supo comprender su interés. Ella le propuso un día que contase las estrellas y le dijo que lo amaría un año de su vida por cada estrella que contase. Hugo, lleno de curiosidad y amor se aventuró en aquella inmensa misión.
Hugo cargó sus pertenecias en una mochila y comenzó a viajar por el mundo. Los cinco continentes en un itinerario con el único fin de conocer todas las estrellas.
Cada noche apuntaba en su libreta las estrellas que contaba dormía por las mañanas y por la tarde recorría las ciudades. Bruselas, Praga y París; Buenos Aires, México DF y la Habana. En la India convivió con una familia de 15 hijos que compartían un kilo de garbanzos con él a la hora de comer. En Nueva York le cerró la puerta en las narices el dueño de un rascacielos. En China se sintió solo, al llegar a Siberia los recibieron con el calor de un abrazo. Jugó al golf entre castillos escoceses, junto a una tribu Masai aprendió que el tiempo de verdad no lo mide ningún reloj. Y un día acabó su itinerario, dio la vuelta al mundo y regresó.
Allí Ella lo esperaba y durante 6600 años, lo amó.
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