domingo, 8 de febrero de 2015

Benditos domingos.

Toc-toc-toc-toc. El sonido de mis tacones parecía acompasarse a mi respiración. Estaba cansada y feliz, era domingo por la tarde y me dirigía a su casa. Tenía el lunes libre. Escuchaba el mar de fondo, las olas rompiendo contra las rocas y en la noche, el cielo destacaba por su color rojizo... Al llegar a la puerta ajusté mi coleta y la desenredé con los dedos. Alisé las arrugas inexistentes de mi falda y me mordí los labios con suavidad. Toqué el timbre y esperé, balanceándome un poco sobre mi misma, ansiosa por verlo. Abrió la puerta y me agarré a su cuello. Me encantaba su aroma, mezclarlo con el mío, sentirlo en mi ropa cuando llegaba a casa.  Me alzó en vuelo mientras yo dejaba caer la bolsa al suelo y me besó con ternura. Llegué a mi hogar.  

Me invitó a ducharme mientras él terminaba de hacer la cena. Salí con un camisón de tirantes, por encima de las rodillas y el pelo húmedo, cuando él aún estaba en la cocina. Lo agarré fuerte por la cintura y besé su cuello. Se giró y me devolvió el beso mientras al oído me decía que fuese a secarme el pelo, que ya estaba la cena casi lista. Fui al salón y puse música, entre toda su música clásica encontré algo de jazz. Cenamos uno frente a otro, él servía y yo me dejaba mimar. Al terminar él fue a cambiarse mientras yo recogía la cocina. Apareció con un pantalón de pijama y olor a frescura. Me besó y me puso en los labios una onza de chocolate. Nos arremolinamos en el sofá tan unidos que casi parecíamos uno. El hacía cosquillas en mis brazos, yo, sujeta a su cuello, jugaba con su pelo. 

Sin previo aviso me cogió en volandas. Acabamos con las sabanas desordenadas...

Benditos domingos. 

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