Caperucita y el Lobo vivieron su
historia, eso nadie lo puede negar. Cada uno había encontrado su lugar al lado
del otro, podían vivir solos, pero todo era mejor cuando estaban juntos.
Tuvieron sus problemillas, mil veces pensó Caperucita que enamorarse del Lobo
era la mayor locura que había cometido en su vida y hasta un tiempo después no fue
capaz de aceptar que prefería volverse loca y amar con locura que estar cuerda…
porque su Lobo era libre y las cuerdas atan. Mil veces pensó Caperucita que el
Lobo no la podría amar nunca como ella lo amaba a Él, porque ella tenía el corazón de la chica de falda y
tacones que un día había sido, y el Lobo era Lobo de corazón también.
Sin embargo, también fueron mil
veces las que el Lobo le demostró su amor, un amor más salvaje, más natural y
más puro que el que cualquier humano podría mostrarle a Caperucita. Él era el
Lobo alfa de la madriguera y sin embargo a su lado se volvía cachorro. Ella se
sentía completamente protegida a su lado. Caperucita y el Lobo se complementaban,
porque siempre estuvieron buscándose.
Lucharon juntos por esa relación en la que creían, los
hombres seguían buscando a Caperucita… y ellos se adentraban cada vez más en la
profundidad del bosque. Se amaban.
Cada noche, el Lobo subía a lo
alto del monte y aullaba a la luna… dando gracias por tener a Caperucita. Los
hombres temían ese aullido y la lobita cobriza solo podía dormirse cuando lo
escuchaba desde su rincón en la madriguera.
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